
¿Cómo ayudar a los niños a defenderse de la luz azul? Con el apoyo de Vision Kids

Entre LED y pantallas digitales, nuestros hijos están cada vez más expuestos a la luz azul. No es poca la preocupación por los posibles efectos en su salud: tanto la retina como los ritmos circadianos podrían resentirse. Pero, ¿cómo protegerlos? Las pantallas y las lentes filtrantes parecen servir de poco, mientras que el aumento de la ingesta de nutrientes que forman las defensas naturales del ojo ha demostrado ser una estrategia más prometedora.
El uso de luces LED ha aumentado gradualmente desde la década de 1990 hasta la actualidad, debido a una obediente atención a los costes económicos y ecológicos de la iluminación de las habitaciones. Como consecuencia, ha aumentado nuestra exposición a la luz azul, de la que son especialmente ricos los LED.
La proliferación de dispositivos digitales como ordenadores, tabletas y smartphones también ha contribuido a ello; de hecho, el sistema de retroiluminación de sus pantallas implica el uso de LED.
Teniendo en cuenta que, hoy en día, pasamos incluso más del 90% de nuestro tiempo en interiores, a menudo delante de esas pantallas o expuestos a la iluminación artificial, surge la pregunta: ¿tiene la mayor exposición a la luz azul algún efecto sobre nuestros ojos y nuestra salud en general?
De hecho, el uso de pantallas digitales se ha asociado a efectos indeseables sobre la visión. Por su parte, la luz azul desencadena reacciones en la mayoría de los tejidos del ojo, sobre todo en la córnea, el cristalino y la retina.
Dependiendo del tipo de luz azul a la que se esté expuesto, pueden producirse daños temporales o permanentes y, aunque las consecuencias inmediatas de la exposición pueden ser insignificantes, a los expertos en la materia les preocupan las posibles consecuencias a largo plazo, especialmente para los niños, que probablemente pasen una mayor parte de su vida expuestos a grandes cantidades de luz azul.
Además, aunque lo preocupante es el aumento de la exposición a la luz azul procedente de fuentes artificiales, conviene recordar que esta luz se encuentra en todas partes de nuestro entorno y que también procede del sol, la luna y las llamas.
La intensidad de esta luz azul natural varía a lo largo del día y es mayor al mediodía y menor al amanecer y al atardecer; también influyen la latitud, la altitud, las condiciones meteorológicas y la estación.
El organismo humano ha evolucionado para aprovechar las variaciones en la intensidad de este componente de la luz para regular sus ritmos circadianos, es decir, aquellas funciones que deben sincronizarse con el paso de las horas del día, como el ritmo sueño-vigilia. Por lo tanto, es legítimo preguntarse si una mayor exposición a la luz azul también puede influir en estos ritmos.
Intentemos, pues, comprender cuáles son los posibles riesgos asociados a una mayor exposición a la luz azul y cómo pueden reducirse, centrándonos principalmente en la estructura del ojo que parece correr más riesgo: la retina.
Qué es la retina del ojo y cómo funciona
La retina es una estructura formada por hasta diez capas en cuyo interior hay células capaces de captar y descifrar la luz visible (400-700 nm).
En su parte más interna se encuentran las fibras nerviosas del nervio óptico, a través de las cuales las señales captadas por la retina son transportadas al cerebro y distribuidas a sus distintas áreas.
La parte más externa (el epitelio pigmentado), por su parte, es esencial para suministrar a la retina los nutrientes que necesita para el correcto funcionamiento de las dos estructuras clásicamente asociadas a la visión: los conos y los bastones; también es crucial para su desarrollo, para contrarrestar el estrés oxidativo generado por la exposición a la luz y para varios otros procesos importantes para el buen funcionamiento del ojo.
Los conos y los bastones captan la luz, pero no son las únicas células de la retina capaces de hacerlo. Más abajo se encuentran también las células ganglionares intrínsecamente fotosensibles de la retina (ipRGC), en las que se concentra la melanopsina, un pigmento que absorbe sobre todo la luz azul.
La estimulación de las hipRGC por la luz azul desempeña un papel importante en una respuesta a la luz que no está asociada a la percepción de imágenes. Así pues, la luz azul entra en juego tanto en la visión como en otros procesos asociados a la exposición a la luz.
Qué es la luz azul y cuáles son sus efectos sobre los ojos
Pero, ¿qué es exactamente la luz azul? Es la radiación electromagnética de mayor energía entre las longitudes de onda del espectro visible. A su vez, puede dividirse en dos categorías: luz azul-violeta (380-450 nm, también conocida como "violeta de alta energía") y luz azul-turquesa (450-500 nm).
La mayoría de las investigaciones se han centrado en la luz azul-violeta, pero la luz azul-turquesa también puede llegar a la retina, reduciendo los niveles de melatonina (una sustancia importante para la regulación del sueño) y afectando así a los ritmos circadianos. Además, la luz estimula la liberación de dopamina y serotonina, dos neurotransmisores que también influyen en el estado de ánimo.
En cuanto a los efectos de la luz azul sobre las estructuras oculares, las longitudes de onda más cortas pueden alterar la superficie del ojo, generando estrés oxidativo e inflamación e induciendo la muerte celular.
En la retina, la exposición prolongada a la luz azul aumenta las especies reactivas del oxígeno, favorece la formación de depósitos y los cambios microvasculares, todo ello asociado a los problemas de visión típicos del envejecimiento. Los fotorreceptores disminuyen, los lípidos se oxidan y las células mueren.
Además, la luz azul también puede dañar el cristalino, sobre todo durante el envejecimiento, haciendo que se amarillee y oscurezca gradualmente, lo que puede provocar cataratas.
Los estudios realizados hasta la fecha sugieren que incluso exposiciones breves a dosis consideradas seguras pueden afectar al funcionamiento de los conos y bastones y que la luz azul puede desencadenar fenómenos tóxicos incluso a intensidades habituales en nuestros hogares.
Algunas investigaciones se han centrado en las pantallas digitales, detectando daños crónicos, por ejemplo, tras la exposición a pantallas de teléfono durante más de 8 horas al día durante más de 5 años. El daño parece afectar a todas las capas de la retina y parece ser acumulativo y dependiente del tiempo.
Además, estudios más recientes apuntan también a efectos no visuales, sugiriendo, por ejemplo, un papel de la luz azul en la aparición de la migraña.
Cómo protegerse de la luz azul
Hoy en día, el brillo de las pantallas es 100 veces inferior a la dosis considerada potencialmente peligrosa; sin embargo, lo preocupante es el efecto acumulativo de esta exposición a largo plazo.
Por lo tanto, la primera forma de proteger a los niños de los posibles daños derivados de la exposición a la luz azul es limitarla, por ejemplo evitando el uso de luces LED con un alto componente de luz azul en los entornos en los que pasan mucho tiempo. Es mejor preferir luces más cálidas que frías y reducir la exposición a las pantallas antes de ir a dormir y durante la noche para evitar alterar sus ritmos circadianos.
La eficacia de estrategias como el uso de pantallas y lentes con filtro es incierta: los estudios realizados no han encontrado beneficios significativos para la retina.
En cambio, puede ser útil aumentar los sistemas protectores naturales del ojo, constituidos por los pigmentos de la mácula (luteína y zeaxantina), que actúan en sinergia con antioxidantes como la vitamina C, la vitamina E y el zinc para limitar el estrés oxidativo generado por la luz azul.
Cómo proteger a los niños de la luz azul con alimentos
Tanto la luteína como la zeaxantina no pueden ser sintetizadas por el cuerpo humano, por lo que deben obtenerse del exterior.
Se trata de carotenoides que se encuentran en frutas y verduras (sobre todo las de hoja verde) y que pueden tomarse con complementos alimenticios, que pueden servir para proteger el aporte de luteína y zeaxantina que abunda en los ojos de los niños pero que tiende a disminuir con la edad.
La luteína y la zeaxantina absorben la luz azul, impiden la formación de especies reactivas del oxígeno y ayudan a eliminarlas. También contrarrestan la inflamación que agrava los daños inducidos por la luz y pueden prevenir la proliferación de vasos sanguíneos típica de algunas enfermedades oculares.
Sus beneficios para la salud de la retina son sugeridos por numerosos estudios, que también han considerado su ingesta a través de suplementos dietéticos.
La vitamina C está presente en varios tejidos del ojo, mientras que la vitamina E es especialmente abundante en las membranas de las células de la retina. Ambas previenen el estrés oxidativo y protegen las membranas celulares.
Por último, el zinc también tiene reconocidas propiedades antioxidantes y es especialmente abundante en el ojo; junto con la luteína, la zeaxantina y las vitaminas C y E, se considera un nutriente clave para proteger el ojo de los daños inducidos por la luz azul.
La mejor forma de proteger a los niños de los efectos secundarios de este componente ligero parece, por tanto, aprovechar las propiedades de los nutrientes que abundan en nuestra dieta mediterránea y que también pueden tomarse fácilmente a través de complementos alimenticios bien formulados.
Referencias bibliográficas:
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