La mujer en la salud

Consejos para el colesterol alto en el embarazo: ¿existen riesgos? ¿Hay que reducirlo?

A muchas mujeres les ocurre que acaban teniendo el colesterol alto durante el embarazo. Sin embargo, los médicos parecen creer que no existe ningún riesgo. De hecho, muchos ni siquiera prescriben pruebas para controlarlo. Averigüemos por qué sube y qué hay que hacer para reducirlo (si es que hay que hacer algo).


El embarazo es un periodo expectante, y en el período previo hay que hacer muchas cosas para prepararse para el feliz acontecimiento. Entre ellas, no faltan exámenes de muchos tipos -a veces demasiados, al menos según el hecho de que aquellos por los que se está exenta de pagar la cuota de copago son muchos menos-.

Entre las aparentemente poco útiles está la prueba del colesterol. Sin embargo, cuando los ginecólogos la prescriben, la colesterolemia siempre es elevada durante el embarazo. ¿Por qué no medirla? ¿Tener el colesterol alto durante el embarazo no supone un riesgo?

¿Por qué aumenta el colesterol durante el embarazo?

Además de ser un componente fundamental de todas las membranas celulares, el colesterol regula indirectamente varias vías metabólicas y es el precursor de varias moléculas importantes producidas por el cuerpo humano, incluidas las hormonas sexuales. Sin embargo, unos niveles excesivos se consideran peligrosos para la salud en todas las etapas de la vida.

En el caso de las mujeres en edad fértil, tener colesterol alto antes del embarazo aumenta el riesgo de parto prematuro. Por otra parte, el parto prematuro también se asocia a niveles especialmente bajos de colesterol antes del embarazo. De hecho, esta molécula desempeña un papel muy importante incluso antes de la gestación. En las fases que preceden a la anidación del embrión en la pared del útero, el ovario (o, mejor dicho, el cuerpo lúteo que se forma en su interior tras la ovulación) utiliza el colesterol para producir la hormona típica del embarazo: la progesterona. Tras la implantación, sigue siendo importante para favorecer el desarrollo del feto hasta que el propio hígado de éste comienza a producirla por sí mismo.

Sin embargo, durante el embarazo, el aumento del colesterol es uno de los cambios metabólicos que se consideran consecuencias normales de la gestación. De hecho, el desarrollo del feto conlleva una serie de cambios fisiológicos en la futura madre, que experimenta un verdadero proceso de adaptación que afecta tanto a la esfera del comportamiento como a los procesos respiratorios, la función cardiovascular y el metabolismo. La sangre bombeada por el corazón aumenta, los niveles de azúcar en sangre se elevan y las concentraciones de colesterol también aumentan, incrementándose entre un 50% y un 70%.

Este aumento responde a la necesidad de utilizar esta molécula para producir las hormonas que permiten continuar la gestación, como la progesterona y los estrógenos antes mencionados. En concreto, las concentraciones elevadas de estrógenos provocan un aumento del colesterol total y del colesterol comúnmente conocido como "colesterol malo" (LDL) y el aumento de la concentración de colesterol en sangre es directamente proporcional al de la progesterona. Además, las grasas sanguíneas también aumentan a medida que avanza la gestación para satisfacer las necesidades del feto.

Actualmente no existen intervalos de referencia definidos para los valores de colesterol en el embarazo. No obstante, se sabe que su aumento en la sangre materna comienza ya en el primer trimestre y es especialmente evidente en el segundo y el tercero. Según datos recogidos en la literatura científica, en el primer trimestre el 78% de las mujeres tienen:

  • niveles de colesterol total superiores a 90 mg/dL;
  • Niveles de HDL (el llamado colesterol "bueno") entre 16 mg/dL y 66 mg/dL;
  • Niveles de LDL entre 23 y 110 mg/dL.

Varios expertos consideran que una concentración de colesterol total al final del embarazo superior a 280-290 mg/dL o superior al percentil 75 durante los tres trimestres es el límite a partir del cual debe considerarse un aumento excesivo.

En cuanto a la forma "mala", el 60% de los niveles de colesterol LDL durante el embarazo superan los 55 mg/dL. El fenómeno más interesante es el aumento de las partículas LDL pequeñas y densas, que son las más peligrosas para la salud cardiovascular; sin embargo, parece que, al menos en las fases intermedias de la gestación, este aumento se equilibra con un aumento de las moléculas protectoras, entre ellas el colesterol "bueno".

Por lo general, después del embarazo, el colesterol alto vuelve a niveles considerados normales.

Colesterol alto en el embarazo: los riesgos 

Hasta la fecha, tener el colesterol alto durante el embarazo no se considera una condición patológica, y no suele considerarse que suponga un riesgo para la salud de la madre o la supervivencia del feto. Sin embargo, esto no significa que los cambios metabólicos que se producen en una mujer embarazada no tengan consecuencias.

En el primer y segundo trimestres del embarazo, los cambios en el metabolismo lipídico y en los niveles sanguíneos de lípidos provocan una estimulación por estrógenos que, junto con una mayor resistencia a la insulina, favorece el aumento de la ingesta de alimentos, la producción de grasa y el peso corporal. En el tercer trimestre, el aumento del colesterol inducido por la actividad de la enzima lipasa puede favorecer un mayor desarrollo de la placenta, que puede así aportar más nutrientes al feto.

Ésta obtiene el 20% del colesterol que necesita en las primeras fases de la gestación precisamente de la sangre de la madre. En el tercer trimestre, sin embargo, el colesterol de la madre ya no atraviesa la placenta. En general, aún no se ha definido la cantidad exacta de colesterol que pasa de la madre al bebé, pero parece claro que los niveles de colesterol en la sangre materna influyen en los del bebé.

No sólo eso, el caso del colesterol alto en el embarazo es una prueba que apoya la intrigante teoría de que la salud futura del bebé también depende de lo que le ocurra en el útero. De hecho, tener el colesterol alto en el embarazo repercute en la salud del feto, por ejemplo porque se asocia con el riesgo de formación de placas ateroscleróticas, es decir, esos cambios en la pared arterial que pueden provocar episodios graves y peligrosos como infartos de miocardio y accidentes cerebrovasculares.

Aún no se ha aclarado qué ocurre exactamente. Los estudios sobre el tema sugieren que el colesterol elevado promueve cambios en la placenta al regular la expresión de determinados genes. Estos cambios alterarían el funcionamiento de la placenta; se cree, por ejemplo, que el aumento de colesterol en la sangre de la futura madre puede incrementar la cantidad de colesterol que puede pasar a la sangre del feto.

Colesterol alto en el embarazo: qué comer

En resumen, todavía existen muchas dudas sobre los posibles riesgos de la hipercolesterolemia durante el embarazo. De momento, se sigue considerando una condición fisiológica que no debe tratarse y, en cualquier caso, los fármacos que se utilizan normalmente para bajar la colesterolemia(estatinas)están contraindicados durante el embarazo. Su toma podría provocar malformaciones y defectos del sistema nervioso central en el bebé, por lo que deben suspenderse 1-2 meses antes de la concepción o en cuanto se sepa que se está embarazada. Tampoco se prescriben durante el embarazo otros fármacos para reducir la colesterolemia. La única forma de reducir el colesterol durante el embarazo es actuar sobre el propio estilo de vida, al igual que se debe hacer en caso de hipercolesterolemia incluso antes de la concepción y después del parto.

No existe una dieta específica para reducir el colesterol durante el embarazo. En esta fase concreta de la vida, sigue siendo esencial que la madre y el bebé que crece en su vientre dispongan de todos los nutrientes que necesitan; por eso es importante que la dieta de la madre sea lo más variada posible y aporte una dosis adecuada de energía.

Sin embargo, para contrarrestar el aumento excesivo de colesterol, es necesario prestar atención a la cantidad de grasas saturadas que se aportan. Sus principales fuentes son los alimentos de origen animal, como la carne roja, la leche y sus derivados. Por ello, es mejor preferir el aceite (preferiblemente de oliva) a la mantequilla y sustituir al menos parte de la carne roja por otras fuentes de proteínas bajas en grasas saturadas, como las legumbres y el pescado.

En cuanto a esto último, es importante recordar que algunos pescados corren especial riesgo de estar contaminados con mercurio, que es neurotóxico. Por eso se recomienda no consumir más de 150 gramos por semana durante el embarazo. Esta advertencia también limita la posibilidad de tomar todos los omega-3 necesarios para llevar un embarazo a término, razón por la cual se prescriben habitualmente suplementos de DHA a las mujeres embarazadas.

Por último, limitar el consumo de carne roja podría provocar casos de anemia o complicar el tratamiento de una anemia ya diagnosticada. Afortunadamente, incluso en este caso es posible hacer frente a la situación tomando suplementos de hierro adaptados a las necesidades de las mujeres embarazadas.

Referencias bibliográficas:

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